Neuroderechos y privacidad mental, en Chile
Santiago Ramón y Cajal fue un neurocientífico español que descubrió que las neuronas no eran un gran continuo, una sola gran red conectada, sino que eran células discretas: estableció que cada neurona es distinta y están separadas entre ellas por espacios. Lo descubrió porque fue el primero en mirar por un microscopio las células que tiñó con el método de Golgi. Para demostrar cómo era su anatomía, hizo hermosas ilustraciones de la arbolada de las neuronas como la de la portada.
Estos curiosos paisajes fueron el inicio de la neurociencia moderna y de la doctrina neuronal.
A Rafael Yuste, neurocientífico español, le interesó desde joven estudiar el cerebro, motivado por el libro de Santiago Ramon y Cajal “Consejos para jóvenes investigadores”.
Yuste parece perfilarse como un sucesor de Ramon y Cajal, porque quiere comenzar una nueva revolución en el estudio de las neuronas con la iniciativa BRAIN: el plan es grabar y mapear todos los impulsos eléctricos que disparan las 86 billones de neuronas del cerebro humano. Es un experimento grande y complejo, considerando que las neuronas disparan entre 1 y 200 impulsos eléctricos por segundo. Para entender el contexto de esta ambición, es útil saber que la propuesta está basada en el Proyecto del Genoma Humano, que tuvo como objetivo hacer una cartografía de todos los genes de la secuencia del ADN humano desde el año 1990, y lo logró el año 2003.
BRAIN y Chile
Rafael Yuste ha venido a Chile a dar charlas sobre BRAIN , sobre todo para enfatizar la importancia de tener un aspecto ético que regule y proteja la privacidad de los datos que puedan salir de las grabaciones del cerebro.
Chile es un país que descubrió una de las piedras angulares de la Neurociencia: fue en el laboratorio de Montemar en la región de Valparaíso, que por primera vez se pudieron medir los impulsos eléctricos de los grandes axones del calamar gigante.
Por eso no es de extrañarse que nuestro país se haya motivado con seguir aportando para entender cómo funciona el cerebro. Chile sería uno de los primeros países en incluir en su legislación los cinco neuroderechos que el proyecto BRAIN está impulsando, para hacer la investigación en neurociencia lo más ética posible: privacidad mental, identidad personal, libre albedrío, acceso equitativo, y protección contra sesgos y discriminación. El 7 de Octubre se presentará una reforma constitucional para que se incluyan estos neuroderechos.
Son interesantes las reflexiones que esto levanta: la prensa ha hablado de cómo estos neuroderechos protegen a las personas para que no les roben o manipulen sus “pensamientos” con los futuros implantes para el cerebro que leen actividad neuronal. Por su lado, la comunidad científica ha desmentido este imaginario de distopía que parece ser más bien efectista, como el conflicto de una teleserie sensacionalista de ciencia ficción.
Estamos lejos de completar el proyecto BRAIN y entrar en los temores que advierte la prensa, porque por un lado, hay profundidades a nivel de capas de tejido en el cerebro que son muy difíciles de acceder para poder grabar las neuronas que disparan de ahí. Además, Timothy Marzullo, PhD en Neurociencia, nos cuenta que leer la actividad eléctrica no es acceder al escenario completo del funcionamiento del sistema nervioso. Existe actividad química que sucede adentro de las sinapsis, y aún no tenemos la tecnología para medirla. Grabar la electricidad sería solo trabajar con la mitad de "la película", porque dejaría de lado la importancia y el protagonismo de la química.
Por otro lado, entender el significado de todos esos disparos eléctricos es muy complejo, y el conocimiento para interpretarlos es escaso: por más que se graben todos los impulsos eléctricos, no se entendería en detalle ni con alta resolución qué es lo que se está mirando y escuchando en esas grabaciones, ni dónde estarían los “pensamientos”, dónde se genera la capacidad de lenguaje, o en qué punto se accede a actividad de “la mente”.
Ver las grabaciones de los potenciales de acción de todo el cerebro, sería como si escucharas una lengua que apenas conoces: como si 86 billones de personas susurraran oraciones diferentes, de forma simultánea, en ese idioma incomprensible, sin que nadie te pudiera traducir, sin gestos no verbales, sin movimientos de manos para poder orientarse.
Por esto mismo, el año 2016, la empresa de divulgación de neurociencia y electrofisiología, Backyard Brains (que también es financiada por el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, igual que la iniciativa BRAIN) hizo una broma en el día de los inocentes: declararon que ofrecerían en su software un “modo de privacidad” para que nadie pudiera robar las grabaciones de la actividad eléctrica del cerebro de las personas, para “proteger sus ideas”.
¿Por qué era una broma del día de los inocentes? Porque como mencioné arriba, lo que vemos en las grabaciones sigue siendo en gran parte ruido, un balbuceo incomprensible o pistas de comportamientos gruesos más bien fisiológicos, no mentales. En ese sentido sería ridículo pensar que robar esos datos representaría una amenaza a la privacidad de los pensamientos humanos. Eso es lo que le cuesta entender al imaginario de ciencia ficción del cine y a la prensa, y eso fue lo que Backyard Brains quiso enseñar con su chiste del día de los inocentes.
Entonces ¿por qué tanto miedo de que se descubran los pensamientos, y por qué hay miedo de la Inteligencia Artificial? Uno de los aspectos de la Inteligencia Artificial, es que usa Aprendizaje Profundo para encontrar patrones en muchísimos datos, y enseñarse a sí misma a recordarlos y volver a encontrarlos cuando se presenten de nuevo, aunque no entienda lo que esos hallazgos signifiquen.
Con la ayuda de la herramienta del Aprendizaje Profundo para analizar la electricidad de las neuronas, no va a existir necesidad de saber qué se está buscando a priori en las ondas del cerebro, ni de entender lo que se está leyendo en los impulsos eléctricos. Se podrían encontrar patrones nuevos y hacer relaciones entre ciertos cambios en la electricidad y los comportamientos y estímulos que gatillaron esas variaciones.
Lo que se teme, y a lo que quiere adelantarse Rafael Yuste es que sea la Inteligencia Artificial con sus sesgos, la que decida sin regulaciones cómo funciona el cerebro, que sea la máquina la que se instale como el piloto de estos nuevos descubrimientos, y que los humanos no logren entenderlos, ni puedan medir sus implicancias.
Sin embargo, aunque tenemos grabaciones de la electricidad en el cerebro de pacientes con lesiones y también tenemos capacidad de análisis con inteligencia artificial, aún no se han hecho nuevos descubrimientos de patrones asociados a comportamientos que nos den alguna pista de cómo funciona la capacidad de crear pensamientos. Las ondas siguen siendo un balbuceo.
El cerebro sigue siendo un bosque muy oscuro en el que es fácil perderse, con esas neuronas que parecen árboles densos, pero lo que sí hemos podido percibir con más facilidad son sus manifestaciones cuando hay catástrofes como lesiones o enfermedades neurológicas.
Por ejemplo, si grabas los impulsos eléctricos del cerebro de una persona, y tiene síntomas de epilepsia, va ser muy fácil de detectar en una grabación, porque las neuronas comienzan a disparar impulsos eléctricos de forma excesiva: la famosa metáfora en la divulgación científica, es que se percibe tan fuerte como cuando afuera de un estadio escuchas a las personas celebrando un gol.
Proteger la privacidad de que una persona tiene daños cerebrales - que sí se puede percibir en las grabaciones - tiene sentido hoy, y es en parte lo que preocupa al equipo de Neuroética de BRAIN. Están pensando en los problemas éticos que se ven en enfermedades neurológicas, y por eso el quinto derecho contra sesgos y discriminación es clave (derecho que también está pensado para proteger de los sesgos que suele tener la Inteligencia Artificial).
A BRAIN también le interesa adelantarse a futuros posibles usos nocivos que irían en contra de la privacidad, y que podrían emerger de las grabaciones de interfaces que pertenecen a empresas privadas como Neuralink de Elon Musk, o Facebook, que también está construyendo su propia herramienta para hacer grabaciones del cerebro. Para BRAIN proteger la privacidad es ahora o nunca, si no lo hacen ellos ahora que la información es un poco incomprensible ¿a quién más le va interesar interesar hacerlo cuando las grabaciones sean demasiado valiosas?
Queda la duda de si en Chile los neuroderechos son una prioridad, como lo manifiesta el subdirector del Programa de Derecho, Ciencia y Tecnología de la Universidad Católica, Matías Aránguiz:
"parece un riesgo que todavía no es tan actual, independiente de lo que alguna gente dice, como Elon Musk con su dispositivo, pero él no presentó nada nuevo de lo que ya existía en neurociencia. Es más como hype o intención de la gente de que algo va a pasar, de que haya un riesgo de que te lean la mente".
"Esto todavía no es urgente y hay cosas que no se han regulado y que sí son urgentes, como la ley de protección de datos personales y que lleva harto rato en el Congreso. No tenemos una agencia que los proteja y hay tanto por hacer con riesgos actuales, que parece un poco salido de las manos regular situaciones hipotéticas".
Por último, no se sabe si los neuroderechos pasarían a la nueva constitución, si llegara a ganar el Apruebo en el plebiscito del 25 de Octubre. Mientras esperamos a ver qué pasa, recomiendo que vean el documental sobre la aventura de la extracción de los impulsos de los nervios del calamar gigante, en el laboratorio Chileno de Montemar.