Durante años se ha asumido la idea general de que en la prehistoria los hombres se dedicaban a la caza de animales grandes mientras que las mujeres hacían la recolección de frutos y semillas.
Sin embargo, recientemente un grupo de arqueólogos descubrió en el sitio de Wilamaya Parjxa, Perú, los restos de una joven de entre 17 a 19 años (identificada científicamente como WMP6) enterrada hace 9.000 años con herramientas de caza mayor, como puntas líticas y herramientas de piedra.
Al ver estos restos, los arqueólogos pensaban haber encontrado el cuerpo de un gran jefe cazador. Fue posteriormente a través de distintos estudios y análisis que se dieron cuenta que se trataba de una mujer cazadora.
Este hallazgo hizo que la comunidad científica se cuestionara sobre los roles de género adoptados por tribus antiguas, dividiendo opiniones sobre el papel de las mujeres en estos grupos y la distribución del trabajo.
En una investigación llevada a cabo por Randall Haas, arqueólogo de la Universidad de California, junto con otros colegas, se hizo un análisis de 429 entierros en América que datan de entre 8.000 a 14.000 años, de los cuales se identificaron 27 cadáveres con herramientas de caza. De estos, 11 eran mujeres y 16 hombres. Con esta evidencia, el equipo investigador argumenta una participación igualitaria de hombres y mujeres en la caza y concluyen que “las primeras mujeres de las América eran cazadoras de caza mayor”.
Otros científicos indican que dicha afirmación no podría ser respaldada con total certeza, ya que es una muestra muy reducida de tumbas y existe poca certeza sobre el sexo del resto de los cuerpos.
Aunque no es la primera vez que se encuentran restos arqueológicos de mujeres con materiales de caza, estos tipos de hallazgos han sido considerados como excepcionales por los expertos, prevaleciendo la opinión de que este trabajo era realizado mayormente por hombres. Esto ocurre principalmente porque en la mayoría de sociedades contemporáneas dedicadas a la caza y recolección son los hombres quienes se ocupan preponderantemente a cazar animales grandes.
Es importante entender que tribus contemporáneas y tribus prehistóricas no son necesariamente comparables. Pero esta comparación ha sido utilizada para respaldar divisiones del trabajo y roles de género en la sociedad occidental.
Yuval Noah Harari, historiador y escritor israelí, argumenta en su libro "Sapiens: de animales a dioses" que en tribus antiguas geográficamente cercanas (como la distancia actual entre Oxford y Cambridge) existían grandes diferencias en las costumbres, lenguas, creencias y formas de organización. Harari nos explica que a pesar de los esfuerzos por estudiar a nuestros ancestros, la evidencia arqueológica consiste prácticamente en huesos fosilizados y herramientas de piedra. De hecho, califica el término "edad de piedra" como un sesgo arqueológico; la mayoría de las herramientas utilizadas eran de materiales perecederos como la madera.
De acuerdo con Yuval, la característica más notable de sociedades cazadoras recolectoras es cuán diversas pueden ser entre sí. Gracias a la "revolución cognitiva" los humanos creamos ficciones y realidades imaginarias que después se traducen en normas y valores culturales, aunque no necesariamente coinciden con la realidad natural. Mientras que la naturaleza "permite" (una mujer puede ser físicamente hábil y fuerte), la cultura lo "prohibe" (las mujeres tienen que ser delicadas o débiles).
Cada sociedad antigua construyó sus propias ficciones y formas de organización. Basarnos en pocas tribus contemporáneas (que inevitablemente han sido influenciadas también por la sociedad actual) para plantear de forma concluyente la manera en que se desarrollaron hombres y mujeres hace decenas de miles de años, parece un tanto simplista.
A pesar de reconocer que la información encontrada en este estudio puede ser refutable y el único cuerpo del cual se tiene certeza que se trataba de una mujer es WMP6, Haas y sus colegas concluyen que las mujeres representaban entre el 30 y 50 por ciento de los cazadores de animales grandes.
Descubrimientos como el de WMP6 e investigaciones en ramas como la biología y psicología evolutiva podrán ayudarnos a entender mejor la vida de nuestros ancestros, pero principalmente nos motivan a cuestionarnos nuestros actuales sesgos y normas culturales. No tan sólo nos fomentan a romper mitos infundados y órdenes imaginarios que no necesariamente coinciden con realidades biológicas, sino que nos obliga, al menos, a replantearnos la jerarquía, división del trabajo y los roles de géneros que se han impuestos culturalmente en la sociedad moderna.