81 años con Hayao Miyazaki
1. Una pancarta y un jardín
16 de junio de 2011. En el techo del edificio del estudio Ghibli se despliega una pancarta que dice: “Queremos hacer películas con electricidad que no provenga de centrales nucleares”.
Tres meses antes, un terremoto y un tsunami de gran magnitud habían impactado el norte de Japón, dejando miles de muertas y muertos, heridas y heridos, daños estructurales innumerables, además de provocar un accidente en la central nuclear Fukushima Dai-Ichi, que alcanzó el grado más alto en la Escala Internacional de Accidentes Nucleares.
La prensa japonesa no dijo nada sobre esta pequeña acción del estudio Ghibli, así como tampoco informó sobre las protestas antinucleares que se llevaron a cabo por todo el país.
La pancarta manifestaba la voluntad de resistencia y creación de un grupo de trabajadoras y trabajadores.
En ese mismo techo crecen las plantas del jardín que diseñó el hijo de Hayao Miyazaki, Gorō. Pequeñas plantas que crecen y crean y resisten desde la azotea de un edificio en Tokio, la ciudad más grande del mundo.
2. Hayao Miyazaki y la ecología
El estudio Ghibli fue fundado en 1985 por los directores Hayao Miyazaki e Isao Takahata, junto con el productor Toshio Suzuki, gracias al dinero recaudado por la película Nausicaä del Valle del Viento.
Estos tres hombres, que fueron parte de la generación de izquierda de los 60, crearon un estudio para poder hacer las películas que soñaban realizar y que difícilmente podían hacer en los grandes estudios. En los años siguientes, sus trabajos redefinieron los niveles de calidad y lo que se podía lograr en el campo de la animación, y abrieron también caminos únicos, que representan una alternativa a las direcciones que ha seguido la industria del anime.
Este 5 de enero de 2022, Hayao Miyazaki cumplió 81 años.
Actualmente es el director de animación más famoso y reconocido por el público y la crítica de todo el mundo, y después de tres retiros, se encuentra trabajando en su última película, ¿Cómo vives?.
Entre los muchos temas que ha abordado a lo largo de su carrera hay uno, la consciencia ecológica, que ha sido de gran importancia para su desarrollo como director y como persona, pues le ha permitido descubrir de dónde viene, dónde vive, así como con quiénes vive.
La visión ecológica de Miyazaki no ha pasado desapercibida, y académicas como la socióloga Shoko Yoneyama o la filósofa Donna Haraway han destacado los aportes de su obra a los actuales debates en torno a las relaciones de los seres humanos con la naturaleza.
3. El descubrimiento del bosque lucidofolio
“La principal característica de Ghibli es la forma en la que representamos la naturaleza. No subordinamos el medioambiente a los personajes. Las relaciones humanas no son lo único importante. Creemos que el clima, el tiempo, los haces de luz, las plantas, el agua y el viento —todo lo que compone un territorio— son hermosos y por eso nos esforzamos todo lo posible por incorporarlos en nuestras películas” Hayao Miyazaki
Prácticamente desde el comienzo de la carrera de Miyazaki, sus películas han sido ligadas a la consciencia ecológica: Nausicaä del Valle del Viento fue recomendada por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), y Mi vecino Totoro inspiró un movimiento para la protección de los bosques y satoyamas de la prefectura de Saitama.
Pero Miyazaki no siempre estuvo interesado en la naturaleza ni en los bosques de Japón y en los animales y espíritus que los habitan.
Como mucha gente de la generación de postguerra, se crio con cierto rechazo a la cultura japonesa, de la que se había apropiado el Estado imperialista, y sintiendo vergüenza de ser japonés, a causa de los crímenes que habían cometido los militares en Asia y Oceanía. Sin embargo, esto cambió cuando leyó “Las plantas cultivadas y el origen de la agricultura”, de Nakao Sasuke, un destacado etnobotánico japonés.
A diferencia de los antropólogos nacionalistas, que decían que la cultura japonesa era nativa y homogénea, Sasuke postulaba que en las áreas de Asia cubiertas por bosques perennes de hojas anchas o lucidofolios, que comprenden partes de los actuales Nepal, China, Taiwán y Japón, existían rasgos culturales semejantes desde el paleolítico. Es decir, la cultura japonesa provenía y estaba inserta en una esfera cultural muy amplia, marcada por su relación profunda con el bosque lucidofolio, la caza y la recolección, el cultivo de mijo y ñame, el consumo de fermentados de soya o el uso de la laca.
Miyazaki tenía treinta y tantos años cuando leyó el libro y cuenta que se sintió liberado: Japón no era sólo su historia militar ni estaba cerrado al resto de Asia, al contrario, estaba conectado con una gran área cultural, y además era hogar de una relación profunda y antigua con los bosques. “Me sentí realmente libre y feliz cuando descubrí que lo que fluye en mi interior estaba conectado con el bosque perenne de hojas anchas”.
Miyazaki, que era marxista, comenzó a tomar en consideración a esa gran otra fuente de riqueza del capitalismo, esa gran otra explotada: la naturaleza. “No podemos ignorar que nuestra sociedad está sustentada por los procesos fotosintéticos del mundo natural”. Decidió que sus películas debían abordar las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza, y al ir desarrollando su visión se dio cuenta de que “ya no era suficiente con observar el aspecto material de la sociedad humana —los medios de producción, la distribución de la riqueza y las relaciones humanas”. Al reconectarlo con un Japón otro y antiguo, la teoría de la cultura del bosque lucidofolio lo llevó a reconsiderar las historias y leyendas, lo que dicen de los otros habitantes de los bosques, esos seres que la ecología, como ciencia materialista, no alcanza a registrar.
4. Los espíritus de los bosques
Miyazaki no sólo comenzó a recordar las historias que le contaba su madre sobre los habitantes de las montañas, también fue a los bosques del este y del sur de Japón. En estas caminatas descubrió que en las profundidades de los bosques antiguos pueden sentirse presencias. Estas presencias acaso puedan relacionarse a los espíritus del Shinto, el animismo japonés. Miyazaki decía en una entrevista que los espíritus de Japón son humildes, pero han tenido que soportar ser utilizados por el Estado-nación, aunque prefieran los bosques a los grandes santuarios.
En 1988, a sus 47 años, dirigió su primera película ambientada en Japón, Mi vecino Totoro. En ella explora las formas en que estos espíritus (los totoros, los susuwataris, etc.) siguen coexistiendo con los seres humanos en el campo. Porque, a pesar de que el padre de Mei y Satsuki dice que “hace mucho tiempo, los seres humanos y los árboles eran buenos amigos”, las relaciones de las niñas con Totoro demuestran que los puentes entre los humanos y los no-humanos no están del todo rotos.
El viaje de Chihiro (2001) nos enseña el lugar al que van los espíritus cuando están cansados. O, como ha sucedido en los últimos siglos, cuando los seres o fenómenos a los que se asocian han sido violentados o contaminados. Junto con la historia de Chihiro, nos cuenta cómo los espíritus sobrellevan sus nuevas vidas en tiempos de crisis medioambiental.
Pero hay una película en su filmografía que es especial y se ubica entre estas dos.
Desde 1982 hasta 1994, Miyazaki trabajó en el manga de Nausicaä del Valle del Viento, que para muchos es su obra maestra (por ejemplo, para Hideaki Anno, el director de Evangelion). Si en la película homónima la resolución del conflicto parece apresurada, en el manga los problemas se desarrollan y complejizan hasta alcanzar consecuencias insospechadas. Justamente es esta forma de narrar la que Miyazaki quería trasladar a sus películas. Y el resultado fue La Princesa Mononoke (1997).
5. “Ver con una mirada clara”
Miyazaki ha dicho que sentía que hasta entonces sus películas simplemente habían mostrado la belleza del mundo natural, pero que después de terminar el manga de Nausicaä sabía que no podía seguir evitando representar lo complejas que son las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza.
Los conflictos nunca son sencillos ni se pueden dividir claramente entre buenos y malos o causas justas e injustas. La princesa Mononoke es un intento por mostrar que los conflictos ecológicos son enredos en los que intervienen diversos seres o grupos de seres, cada uno de los cuales tiene su propia perspectiva e intenciones, y realizan acciones que no se alinean necesariamente al bien o al mal.
Nadie que la haya visto puede quedar indiferente ante la imposibilidad de emitir un juicio rápido sobre los personajes, precisamente porque cada uno tiene sus propias razones para hacer lo que hace.
Lady Eboshi quiere erradicar a los espíritus del bosque para poder extraer más hierro y que su gente prospere; los jabalíes pretenden arriesgarlo todo en una última batalla; los lobos y San siguen una táctica de guerrilla con el objetivo de matar a Eboshi y descabezar a la comunidad humana; los simios quieren comer seres humanos para obtener sus poderes y vencerlos; Jigo tiene órdenes del Emperador de matar al Gran Espíritu del Bosque y quiere que Eboshi lo haga por él; y Ashitaka, que ha ido a los bosques del este para averiguar de dónde viene la maldición que ha caído sobre él, desea que los distintos involucrados depongan su odio.
Miyazaki dice que quería mostrar los enredos tal cual son. Pero también, a través de la chamana de la comunidad Emishi a la que pertenece Ashitaka, dice que es preciso ver con una mirada clara.
Los diversos involucrados han sido cegados por el odio y ya no se comunican entre sí. Al comienzo de la película, Ashitaka intenta en vano dialogar con Nago, el jabalí, que ha sido transformado en un espíritu maldito. Los jabalíes, los lobos y los simios no hablan con los seres humanos y viceversa. A pesar de que todos están presentes, se niegan a reconocerse. Esta renuncia es la que los lleva a la guerra.
Lejos de representar a la naturaleza como un todo homogéneo, en La princesa Mononoke cada ser comunica sus intenciones (o no), las esconde (como Jigo), o puede situarse, en cierto sentido, más allá de la comunicación directa (como el Gran Espíritu del Bosque). No hay nadie que hable “por” la naturaleza, al contrario, ésta está repleta de voces que se expresan.
Pero el odio ha cegado a todas y todos, que sólo pueden ver al otro como un enemigo al que deben eliminar. Ashitaka les pide que vean sin odio, con claridad, es decir, que se vean entre sí libres de juicios y prejuicios. Es un camino difícil, pero no podemos comenzar nada si no existe un mutuo entendimiento. No existe una solución mágica a la crisis medioambiental, pero podemos cambiar las formas en que nos relacionamos y nos asociamos, podemos aprendemos diversos modos de comunicarnos e incluso de trabajar en común.
5. Un corazón para la crisis ecológica
Para alcanzar estas modestas posibilidades de un trabajo en común, es necesario comenzar desde el reconocimiento mutuo. En la obra de Miyazaki hay tres personajes que encarnan particularmente la habilidad de aceptar a seres increíblemente diferentes y tejer amistades inesperadas: Nausicaä, Ashitaka y Sosuke.
En lugar de tratar de resolver los conflictos a su manera, o de traer soluciones milagrosas, estos personajes intentan crear un espacio donde todas y todos puedan expresarse y comunicarse, un espacio donde pueda emerger el apoyo mutuo. Nausicaä dice: “Soy una chica del Valle del Viento, vestida con un traje de Dorok que está teñido con la sangre de los Ohms, y estoy embarcada en una nave de Tormekia. Puede sonar raro, pero me siento querida y protegida por muchos seres”.
En unas notas que Miyazaki escribió para el compositor Joe Hisaishi a propósito de Ponyo (2008), dice que Sosuke es un niño genio, pero no porque tenga algún talento especial, sino porque su corazón es sabio y le permite entender y aceptar a todos los seres, por distintos que sean.
En estos tiempos de cambio climático, de explotación y destrucción de innumerables territorios, en que tantos seres mueren sin que se los escuche ni reconozca, quizá tenga sentido practicar un corazón como el de Sosuke, Ashitaka o Nausicaä, un corazón dispuesto a escuchar a todas y todos, que no renuncie a la posibilidad de la amistad.
La pancarta que se desplegó en 2011 en los techos del estudio Ghibli como protesta contra el uso de energía nuclear, así como sus publicaciones contra la derecha por sus intentos de revisar la constitución para permitir que Japón inicie conflictos bélicos, son protestas en contra de un mundo que se cierra a la escucha y quiere negar la diversidad humana y no humana.
Igual que la pancarta y las películas de Ghibli, las plantas que crecen en la azotea siguen expresando la posibilidad de construir otro mundo. Y ahora, mientras Hayao Miyazaki cumple 81 años y sigue trabajando en su última película, nos preguntan: ¿Cómo viven?