La compatibilidad es eso que todos disfrutamos cuando alguien nos presta unos audífonos y lo podemos conectar a nuestro teléfono sin problemas. Simplemente funciona.
Pensemos en una fábrica de audífonos. Es muy común que las startups —o pequeñas empresas con altas ambiciones de crecimiento— necesiten “ser compatibles”, o interoperar con las grandes empresas establecidas para llegar a los clientes.
Pero muchas veces las startups tienen que lograrlo sin el permiso de las grandes.
La historia de la computación está llena de casos en que aplica este concepto que podemos llamar “compatibilidad competitiva”. Como cuando Microsoft dominaba el trabajo en oficinas con Word y Excel, y los computadores de Apple no podían ser considerados una opción mientras no pudieran abrir una planilla creada en un computador con Microsoft Windows. Fue mediante ingeniería inversa y sin permiso de Microsoft que Apple logró desarrollar iWorks y finalmente interoperar con lo establecido.
Los incumbentes siempre querrán que se interprete la “compatibilidad competitiva” como algo ilegal, o al menos fuera de la norma. Incluso si llegaron donde están mediante ella misma.
Hoy día cualquiera que intente descifrar y conectarse al iPhone para, por ejemplo, competir con la AppStore, recibirá una carta muy directa de un abogado muy poco amistoso. Amparándose en patentes y leyes de protección de derechos de propiedad intelectual, el mismo Apple que antes fue el revolucionario y nos inspiraba con sus comerciales anti-establishment, hoy inunda el mercado de demandas para protegerse de la competencia.
Si queremos tener un mercado verdaderamente competitivo, nuestros reguladores no deben ceder ante las presiones de las grandes corporaciones que buscarán hacer de la “compatibilidad competitiva” algo ilegal. Es más, debieran buscar justo lo contrario: reducir las barreras, incentivar la interoperabilidad e incluso buscar formas de defender el accionar de los nuevos actores.
Cuando estuve en Silicon Valley tuve la oportunidad de reunirme con el CEO de Plaid. Esta empresa, que hace algunos meses se vendió a Visa por USD 5300 millones, ha logrado convertirse en la columna vertebral de gran parte de las transacciones de dinero en EE.UU. Conectan todos los servicios financieros más populares con las cuentas bancarias de los usuarios y permiten obtener información de las cuentas y traspasar fondos. A falta de una regulación que obligara a los bancos a ofrecer interoperabilidad (el famoso open banking tan conocido en Europa), Plaid tomó el camino de la “compatibilidad competitiva” y construyó la infraestructura sin permiso de los bancos, leyendo e interpretando directamente sus páginas web. Hoy habilita a cientos de competidores a que ofrezcan conexión directa a las cuentas bancarias de sus usuarios.
Ya tenemos hoy en Chile algunos casos similares a Plaid. Fintoc es una pequeña startup que está justamente abriéndose paso y logrando interconectar servicios bancarios. Khipu ya ofrece transferencias bancarias incluso a algunas AFP. Tendremos que estar atentos a ver qué argumentos esgrimen los incumbentes para evitar la interoperabilidad, pero espero que los ejemplos de EE.UU. servirán a la autoridad para atreverse a priorizar la competitividad.
Lo curioso es que la historia no dejará de repetirse. Plaid quizás ya llegó al punto de empezar a jugar del otro lado. ¿Estarán sus líderes ya pensando cómo protegerse de sus nuevos disruptores?
Esta columna fue publicada originalmente en El Mercurio Inversiones el 19 de agosto de 2020.