Las personas están enojadas con el Congreso. Lo ven como a una institución corrupta operando políticamente para destituir a un presidente en mitad de una pandemia y a 9 meses de las elecciones.
Un congreso que de hecho existe por el llamado de ese presidente a elecciones extraordinarias el año pasado, y que tiene a 70 de sus parlamentarios bajo investigación por los mismos motivos por los que lo destituyeron a él. Usando además una ley del siglo XIX, violando la Constitución según el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa y poniendo en su reemplazo a un parlamentario de esos elegidos con 5000 votos.
"¿Quién chucha es Manuel Merino?", decía una de las tantas pancartas que 150.000 manifestantes hicieron en reemplazo de gritos o cánticos que pudieran esparcir el COVID-19. Y que salieron a la calle no para defender al depuesto presidente Vizcarra, quien por cierto no contaba con un partido político que lo apoyara, sino para expresar años de rabia por la corrupción en el país, encarnada en el congreso.
Es directa la analogía con lo que pasa en Chile, en especial después de hablar con dos escritoras peruanas que participaron en las marchas en Lima (escuchar podcast) y que dicen tener como referente al movimiento social producido en Chile el último año.
Pero no es que nos estén copiando (hasta un "baila Pikachu" tienen también allá). Perú tuvo un año de manifestaciones similar en 1977 seguido por la elección de una asamblea constituyente que escribió una nueva constitución en 1978. Constitución que tras un autogolpe, Fujimori derogó en 1993.