A fines de 1800, las personas más influyentes de la época se reunieron y concluyeron que el problema del siglo XX sería que las grandes ciudades estarían llenas de caca de caballo.
Si eso mismo se hiciera hoy, creo que habría bastante consenso respecto a cuál sería el gran problema del SXXI: el calentamiento global.
O el de la automatización y los robots, ya que cada vez van a quedar menos trabajos que humanos podamos hacer mejor que una máquina.
Déjà vu
La revolución industrial amenazó con destruir una gran cantidad de puestos de trabajo. Y lo hizo. Antiguamente, “despertador” no era un aparato, era un oficio. Por suerte, la humanidad se supo adaptar y encontrar quehaceres que una máquina no fuera capaz de realizar, esos que aún necesitan humanos.
El problema es que la tecnología avanza a pasos agigantados y la inteligencia artificial o el machine learning nuevamente amenazan con superarnos. Aunque esta vez incluso en inteligencia, toma de decisiones y capacidad de resolver problemas.
Creo que fácilmente dentro de 30 años (para ser holgado) podremos subir a un bus del transporte público que no necesitará quién lo conduzca, para ir a un banco, o a un supermercado, donde podremos hacer todo lo que necesitemos sin necesidad de que nadie nos atienda.
Eso es algo bastante cercano. Pero también creo que podríamos, por ejemplo, automatizar tareas consideradas “mucho más calificadas”, como una atención médica, o un litigio en un juzgado.
Entonces hay dos posibles escenarios. La humanidad se adapta, como ha hecho siempre, buscando nuevas labores y fuentes de trabajo productivas, o que hayamos llegado efectivamente a un punto de no retorno, y dentro de 30 años, ninguno de nosotros tendrá en qué trabajar.
Esto amenazaría tremendamente nuestras fuentes de ingreso, y podría dividirnos entre personas que crean o mantienen máquinas, y quienes no tenemos la habilidad, los conocimientos o los medios para hacerlo.
¿De qué viviremos ese segundo grupo?
Llevamos más de 1 año sumidos en una de las más grandes crisis del último tiempo producto de una pandemia, que nos ha afectado en la salud, pero también en lo social y en lo económico. La transformación digital se nos vino encima y una clara muestra de eso fue la irrupción y valorización de nuevos negocios.
La tasa de desempleo en Chile aumentó en 2,5 p.p, llegando a 10,3%, en comparación con el 7,8% de igual período un año anterior. Esto ha hecho que muchos gobiernos hayan tenido que salir al rescate de la población con distintas medidas que permitan salir ilesos —o lo menos dañados posible— de esta tormenta.
En este marco, ante la pregunta “de qué viviremos si se automatizara la gran mayoría de los trabajos”, una medida que se ha discutido en algunos países, incluido Chile, es la del Ingreso Básico de Emergencia. Una especie de renta que se entregue a la población para poder sobrevivir a la crisis, sin más. Y es que estamos ante un escenario en el que se ve muy clara la necesidad de una medida de esas características, sin embargo, la idea de establecer una renta básica universal (es decir, de forma sostenida), data de hace muchísimos años.
Pero esto no empezó ahora
Tomás Moro fue un gran pensador nacido en el siglo XV. De estas personas que hacían de todo: político, teólogo, escritor, juez, poeta, y quizás cuántas cosas más. Y si faltaran garantías de que fue un gran pensador, basta decir que fue sentenciado a muerte por alta traición.
En 1516, Tomás Moro escribió un libro llamado Utopía. En él, se describe una comunidad ficticia con características muy distintas a lo que se vivía entonces en Europa, y en la que entre otras cosas, sus habitantes recibían dinero gratis. Es quizás el primer registro histórico del Ingreso Básico Universal.
Más adelante se sumarían muchos más, y aquí detallaremos algunos ejemplos, pero la premisa es una, y el economista Charles Kenny, analizando experimentos en que a personas pobres se les entrega dinero en efectivo, la describe muy bien: “La gran razón por la que la gente pobre es pobre, es porque no tienen suficiente dinero, y no debería ser una tremenda sorpresa que darles dinero sea una excelente forma de reducir ese problema.”
Suena lógico, pero surgen muchos miedos e interrogantes respecto a este tipo de medidas:
- La gente dejará de trabajar (o trabajará menos)
- Es una medida demasiado cara de implementar
- Malgastarán el dinero o no sabrán administrarlo
- Se fomentarán vicios como consumo de alcohol y drogas
- Las familias serán más numerosas
Mincome
El Mincome (de minimum e income, en inglés “renta mínima”) es el mayor experimento de renta básica que se ha hecho hasta el día de hoy.
En 1973, se aprobó un gran presupuesto para este proyecto en conjunto entre la gobernación provincial de Manitoba (en Canadá), y el gobierno federal de ese país, cuyo primer ministro anecdóticamente era Pierre Trudeau, padre del hoy carismático primer ministro canadiense Justin Trudeau.
Para la pequeña localidad de Dauphin, de 13.000 habitantes, se asignó una renta básica que aseguró que nadie quedara por debajo de la línea de la pobreza. A las familias beneficiadas, les llegaba periódicamente un cheque, sin ningún compromiso. De la mano con los aportes, y para poder realmente estudiar los efectos, se hicieron un montón de mediciones: horas de trabajo, efectos en la sociedad, en la vida familiar, etc.
Durante 4 años el proyecto marchó sobre ruedas, hasta que tras unas elecciones, un nuevo gobierno entró y decidió poner fin al experimento producto de una incipiente crisis económica en Canadá que hizo insostenible el proyecto con el presupuesto que tenía asignado. Producto de la misma crisis, fueron muchas más las familias en Dauphin que buscaron ayuda, y se estimó que el proyecto no había servido, por lo que ni siquiera se quiso estudiar en profundidad los resultados, ya que sería gastar más plata en algo que estaban seguros, no servía.
En 2009, una profesora de la Universidad de Manitoba comenzó a estudiar los datos del experimento. Y resultó que hacia los mismos años, se había implementado un programa de Medicare en Canadá.
Tras la implementación del Mincome, comparando con grupos de control, las hospitalizaciones se habían reducido en hasta un 8,5%. También disminuyeron la violencia doméstica y los trastornos mentales. Los jóvenes pospusieron los matrimonios y la tasa de natalidad bajó. El rendimiento escolar aumentó, y las horas de trabajo se redujeron 1% entre los hombres, 3% entre las mujeres casadas y 5% entre las mujeres solteras.
Canadá no está sola
El Mincome no fue un hecho aislado. Bien cerca, en Estados Unidos, se llevaron a cabo 4 experimentos de renta garantizada. Los hallazgos principales fueron que la política no era cara, que la cantidad de trabajo no se reducía de manera significativa (y cuando lo hacía, era producto de jóvenes que optaban por estudiar, o madres de niños pequeños), que los niveles de escolaridad aumentaban, y que había más oportunidades para desarrollar las artes.
Así, en 1968, el mismo año del asesinato de Martin Luther King, cinco famosos economistas lideraron una iniciativa enviando una carta abierta al congreso, y que salió en el New York Times, diciendo que el Estado debía garantizar una renta no inferior a la línea de la pobreza para todos sus ciudadanos, y que entendían que los costos de esto eran considerables, pero plenamente asumibles por el fisco.
1200 economistas firmaron esa carta. Al poco tiempo, el presidente republicano Nixon, presentó una ley que entregaba una renta básica modesta.
La propuesta fue bien recibida por casi todos los sectores, y el año 1970 obtuvo una mayoría arrolladora en la Cámara de Representantes, sin embargo en el Senado, la ley fue rechazada principalmente por los demócratas, quienes consideraban que el plan de Nixon era insuficiente.
En 1971 la ley volvió a presentarse, con algunas modificaciones, y tuvo una victoria aún más abultada en la Cámara, sin embargo, volvió a caerse en el Senado.
No fue hasta el año 1978 que el programa se archivó por completo, cuando se publicaron los resultados finales de un experimento en Seattle, donde la cifra de divorcios había aumentado en un 50% para aquellos que habían sido parte del experimento. ¿Acaso la renta básica le dio mayor libertad e independencia a las mujeres?
En realidad no, diez años después un nuevo análisis reveló un error en los datos. No había variación real en la tasa de divorcios.
Muchas veces la idea del ingreso básico universal es asociado a la izquierda política, sin embargo históricamente ha tenido apoyos bastante transversales, incluso de parte del propio Nixon y el partido republicano, y de los Premios Nobel de Economía, Milton Friedman y Friedrich Hayek, férreos defensores del liberalismo económico.
Quizás sea el Covid lo que nos empuje en la dirección de esta medida, quizás sea la automatización, o quizás nunca llegue, pero sí es claro que muchos estudios presentan evidencia importante respecto a los efectos de un Ingreso Básico Universal, y muchos más se están desarrollando.
Si te interesa meterte un poco más en el tema, recomiendo mucho al historiador holandés Rutger Bregman. En su libro Utopía para realistas hace un recorrido por éste y varios otros temas del futuro con una mirada bastante disruptiva, pero con evidencia.